Resumen el olvido que seremos.
En la casa Vivian 10 mujeres, un señor y un niño, Tata la niñera de mi
abuela, dos muchachas de servicio –Emma y Teresa-, mis 5 hermanas –Maryluz,
Clara, Eva, Marta, Sol-, mi mamá y una monja, el niño yo, amaba al señor su
padre, lo amaba tanto que mi primera discusión teológica con la monja fue
porque me pregunto a quién amaba más si a Dios o a mi papa y yo respondí a mi
papa.
Una mañana la hermanita me dijo:
-Su papa se ira al infierno.
-¿Por qué?, pregunte.
-Porqué él no va a misa.
- ¿Y yo?
-Usted se irá al cielo por que reza conmigo todas las noches.
Recuerdo que todas las noches rezábamos antes de acostarnos mientras ella
se cambiaba siempre se metía detrás del biombo a quitarse el velo y cuando
pregunte ¿Porque? Me respondió porque verle el pelo a una monja es pecado
mortal, todas las noches me acostaba y me imaginaba yo en el cielo mirando en
el fondo a mi papa ardiendo en las llamas del infierno pidiendo ayuda, una
noche le dije no voy a rezar más y me respondió a no retándome le respondí si
no me quiero ir al cielo si mi papa no está prefiero irme al infierno con él.
El amor que sentía por mi papa fue demasiado intenso que no lo había
vuelto a sentir hasta que nacieron mis hijos, yo daría la vida por ellos como sé
que mi papa no dudaría dos veces en morir si es por defenderme
Podía hacer todo lo que se me diera la gana mientras fuera bueno, mi papa
me explicaba todo lo mío es tuyo podía ir al cuarto de él y coger todo lo que yo quisiera sin pedir
permiso, me decía (Faciolince & Abad Gomez, 2006)
“Si necesitas dinero no me lo
pidas hay esta mi cartera coge lo que gustes. Pero mi mamá nos decía niñas
(como eran más mujeres que hombres nos decía era niñas) No cojan dinero que
ustedes saben que el sueldo de un profesor no alcanza a principio de mes
siempre la billetera estaba llena de billetes y cuando él tomaba la siesta yo
cogía un billete de 20 y me iba a mi pieza a jugar con el pensando que me había
ganado la lotería y cuando terminaba de jugar lo devolvía a su lugar a final”.
de mes la billetera ya estaba
vacía mi mamá decía que era porque mi papa no sabía de la noción de ahorrar y
se llevaba una sorpresa cuando le decía que hay que pagarle al fontanero que
arreglo una gota recuerdo que eso lo ponía de mal humor y se iba a la
biblioteca a leer y escuchar música duro para tranquilizarse.
Cuando le preguntaba a mi mamá que si éramos ricos o pobres ella siempre
me decía ninguno de los dos solo somos acomodados aunque pareciera que éramos ricos por como
teníamos finca, carro, señoras de servicio, una monja de compañía. Por cómo no
nos alcanzaba la plata mi mamá tuvo que entrar a trabajar en una oficinita. Una
de las razones de que no nos alcanzaba la plata era porque mi padre le prestaba
plata a todo aquel que le pidiera no importa quien fuera.
Antes de entrar a kínder, no me gustaba quedarme en la casa con sol y la
monja ya que cuando me aburría de mis
juegos de niño solitario si no me decía que rezáramos me decía vamos al patio a
ver a los colibríes o a dar una vuelta, por eso le decía a mi papa que me
llevara a la universidad con él y cuando no podía al menos me daba una vuelta
en el carro a la manzana yo sentado en sus pies manejando la dirección, cuando
pasábamos por el anfiteatro en donde daban clase de anatomía yo le preguntaba a
mi papa quiero ver un muerto y el me respondía no, aun no un día no había clase
estaba solo el anfiteatro entramos se sentía la atmosfera fantasmal pero no
había un muerto, mientras el daba la clase yo me sentaba en su escritorio
intentando copiar en la máquina de escribir aunque no sabía al final siempre le
decía a mi papa mira lo que hice
-Wsaadfdsaf
-Wsdasfdas
-Asdaed
Él siempre me felicitaba por mis garabatos. Al final en la casa me
comenzó a enseñar a distinguir las vocales y después las consonantes más
comunes al final el abecedario completo. Cuando entre a kínder aprendí rápido
ya que sabía diferenciar el sonido de las vocales, hubo una palabra que me dio
mucha lidia aprender por que le ponía el acento en donde no era mis hermanas
siempre me la copiaban y me decían Gordo –que dice aquí- yo al ver la palabra
párroco me ponía rojo y me bloqueaba, después hasta que por fin pude aprender
llego otra cosa en la que ponía el acento mal el baile no sabía moverme como lo
hacen mis hermanas recuerdo que mi papa no mostraba signo de burla por el hecho
de que si me sentía avergonzado dejaba de intentar demás que fue por eso que me
felicitaba por mis garabatos. Desde muy pequeño comencé a escribir carta
dirigidas a mi papa. Es irónico que los libros que hoy escribo sean dirigidos
para una persona cual no los podrá leer jamás se con seguridad que mi padre hubiera
sido la persona más feliz leyendo mis libros.
Mis amigos y compañeros se reían de mi por cómo me saludaba mi papa
cuando llegaba ya que él me daba un abrazo, me besaba y comenzaba a decirme
frases cariñosas. Un día me dijeron que ese
saludo era de mariquitita porque en Antioquia un saludo entre hombres
debía ser distante, desde ese día me daba pena que mi papa me saludara de esa
forma si había extraños, pero no aguante mucho tiempo ya que ese saludo me daba
seguridad, al cabo de un tiempo deje que volviera a saludarme como de
costumbre. Recuerdo que cuando termine mi adolescencia uno de mis compañeros me
dijo –Hombre siempre he sentido envidia de tu papa el mío nunca me ha dado un
beso en toda mi vida.
Mi padre nunca nos había alzado la mano ni a mí ni mis hermanas nos
regañaba y le daba puñetazos a la mesa cuando en la comida decíamos una bobada
o regábamos algo. En mi niñez me mantenía con un grupo de niños jugando, un día
hicimos algo como la noche de los cristales rotos fuimos a la casa de al lado
que vivían unos judíos los Manevich y nos parábamos al frente de la casa a tirar
piedras pequeñas recogidas del borde de la acera a gritar <<Los hebreos comen pan>>, un día
mi papa llego de trabajar y me vio lo que estaba haciendo y gritando salió
iracundo del auto me cogió y me llevo a la puerta de los Manevich para pedir
perdón. Cuando llegamos a la casa nos encerramos en la biblioteca y comenzó a
explicar lo que había pasado tan solo hace 25 años con los judíos, me mostro
imágenes espantosas de los campos de concentración nazis, ese día fue el único
día que mi papa me dejo marcada la mano con un rasguño de su ira. Después de saber lo que le paso a
los judíos desde eso me siento avergonzado de mi acto, el vecindario al ver
la ira del doctor Abad no volvieron a
molestar a los Manevich.
El kínder me molestaba por sus reglas tan estrictas, estaba haciendo
kínder en el mismo colegio que estudio mi mamá y estudian mis hermanas un
colegio de monjas que solo era de mujeres pero para los dos primeros años
aceptaban varones, siempre que me recogía el bus no me quería ir cuando veía asomarse el bus salía corriendo
para la casa al baño que a esa hora se afeitaba mi papa lo abrazaba por los
pies y después del que el bus se cansaba de pitar se iba, y cuando iba me
tocaba al lado de otro niño que todo el viaje se lo pasaba jalándose el pipi
ida y vuelta. Un día mi papa me encerró en la biblioteca y me pregunto ¿Hijo
todavía no quieres estudiar? Le respondí no todavía no, entonces me aplazo el
estudio otro año. Al año siguiente que entre de nuevo no me quedaron ganas de
seguir faltando y dejar esperando al bus, excepto un día que se fue sin mí, me
quede disfrutando mucho la yema de un huevo y cuando salí el bus ya estaba en
la esquina salí corriendo tras el pero nadie me vio ni me escucho, como nadie se
había dado cuenta decidí irme a pie tratando de recordar el recorrido del bus,
el colegio quedaba en el centro, cuando iba en el rio Medellín me paro un carro
y me dijo <<Que haces aquí tu solo te pueden matar o robar súbete>>
era el señor botero un vecino de mi casa
y el me llevo al colegio ese día, al llegar a mi casa me regañaron
porque había hecho y mi papa me dijo si vuelves a perder el bus me dices yo te
llevo, sino te puedo llevar no hay problema te quedas en la casa leyendo así
aprenderás más
El afecto era mutuo con mi papa era un poco llegando al absurdo, cuando
llegaba mi familia a la casa todos
comenzaban a decir lo va a volver marica con su trato, por esto mi mamá siempre
fue dura conmigo prefería mas a mis hermanas que a mí, no me trataba ni mal ni
bien solo era ecuánime en su trato, nuestra calle estaba dominada por la
familia abad ya que muchos de mis familiares Vivian por ahí. Mi abuelo siempre
le decía a mi papa este niño necesita mano dura. Recuerdo que mi papa le
respondía si es verdad pero para eso está la vida que le da tantos golpes y no
le pienso ayudar a hacerlo, mi abuelo me decía que era muy mimado, pero parecía
más el cuándo viva todos los domingos o lunes por lo que el abuelo le llevaba
de la finca a mis tíos que siempre mi abuelita estaba arrodillada quitándole
los zapatos y poniéndole las pantuflas como en un ritual y era así por la
mañana al despertar ella lo cambiaba y si un día no lo hacía o ponía mal la ropa se enfurecía y
caminaba empelota gritando (Abad Faciolince , 2006) “Que puedo esperar de
una esposa que ni sabe quitarme la ropa”.
De vez en cuando nos íbamos a una finca la Inés que quedaba entre puente
iglesias y la pintada a mitad de camino mi abuelito siempre sacaba un revolver
<<Por si las moscas>> y en el carriel tenía un bolsillo secreto con
un fajo de billetes que tenía para la quincena de los mayordomos, en eso se
diferenciaban mi papa y mi abuelito, a mi papa no le gustaba tocar un arma y no
tenía noción de ahorro era como si le picara la plata en el bolsillo y estas
dos cosas se las aprendí a mi papa. Para llegar a la finca teníamos que montar
media hora en caballo y siempre le preguntaba a mi abuelo <<En cual me
monto yo>> y el me respondía <<En el toquetoque>> no entendía
que significaba eso porque siempre era un caballo diferente. Un día me explico
mi tío que no era tan ingenuo como yo que (Abad Faciolince , 2006) “Bobo los niños no
pueden escoger vas en el que toque” cuando ya llevábamos por la tarde me la
pasaba bien ordeñando, montando haciendo de todo, pero por la noche me iba a
llorar solo porque extrañaba a mi papa, decían que tenía mamitis pero yo le
cambiaba el nombre a papitis.
Cuando llegábamos a la casa de mi abuelo mi papa me estaba esperando y me
recibía con un fuerte abrazo y un sonoro beso y me preguntaba (Abad Faciolince , 2006)
“- ¿Cariño cómo se comportó el abuelo?- Yo respondía siempre -muy bien-
mi abuelo miraba con indignación sabiendo que era a el que debía preguntar cómo
se comportó su hijo. Excepto una vez que exprese un más o menos mi papa abrió
los ojos y me pregunto ¿Por qué? Y le respondí porque me obligo a comer
mazamorra y mi abuelo grito – ¡Malagradecido!- y salíamos para la casa y me
compraba un helado para quitarme el sabor a mazamorra”.
El sufrimiento no lo conocí por mí mismo, sino por mi padre que desde
pequeño me llevaba a barrios pobres a conocer la situación de ellos. Cada seis
meses venia un gringo a mi casa el doctor Richard Saunders, teníamos una
habitación para huéspedes que le decíamos la habitación Saunders, poníamos los
manteles buenos, vajilla buena y todos se llamaba Saunders, mi papa y él se
iban a barrios pobres a ayudar en campañas y me llevaban a conocer la situación
de ellos, mi papa servía de traductor para comunicar lo que Saunders decía.
Hacían campañas de vacunación, miraba la desnutrición de la gente, y las
necesidades de todos. Lo que más le impresionaba era una campaña contra los
parásitos, mi papa tiene unas fotos de los acueductos tapados de lombrices que
botaron las personas en un solo día gracias a esa campaña. Mi papa siempre tuvo
como prioridad el agua potable ya que ha tenido que ver muchas muertes por
culpa de enfermedades que se trasmiten en el agua como la fiebre tifoidea,
cuando estaba en la universidad el realizo un periódico que lo llamo U-235, en la primera publicación
demando lo contaminada que puede estar el agua y sustentando todo, gracias esto
fue llamado al congreso a exponer sus ideas fue el primer estudiante convocado
hay.
Para mi papa el medico era investigador, tenía que estar aprendiendo
nuevas cosas, ser un tipo de científico. Mi papa detestaba a los doctores que
hacían sus tratamientos por cumplir con su trabajo, prefería que trabajaran
para mejorar la calidad de vida de las personas, recuerdo que a mi hermana
mayor de pequeña la lleva al hospital de niños a visitar a cada uno de los pacientes y se preguntaba
-¿Qué tiene este niño?- y se respondía a sí mismo –Hambre- una y otra vez
pasaba así, para él lo más importante era la nutrición y la higiene de sus
pacientes, en la tesis de grado de él demando a los métodos de tratamiento a
los pacientes, que llego a un punto en que lo creyeron marxista, izquierdista,
mi papá como no sabía que era eso se puso a leer del tema, y estuvo un poco de
acuerdo con eso ya los políticos estaban diciendo como vamos a hacer para
quitarles las alas, y hasta alguno de sus compañeros de la universidad lo
querían ver caer, en una reunión el Ñato Gómez dijo. No voy a respirar
tranquilo hasta ver al doctor abad colgado del árbol de la universidad, era
común mi papá a ese punto recibía muchas cartas de desagrado, cuando mataron a
mi papá al fin, mi mamá se encontró con el Ñato Gómez en el supermercado y le
dijo –Ya está respirando tranquilo- Gómez quedo pasmado no tenía nada que decir
y decidió dar la vuelta e irse hasta a mi papa lo odiaba profundamente un cura.
Pero mi papá ante todas estar cartas solo soltaba una carcajada.
Héctor habla de él porque ellos tenían el privilegio que solo los ricos tenían en esa época, que era el de tener a una monja en la casa para que ayudara con los niños.
“Mi mamá y la madre Berenice eran buenas amigas. Se decía que la madre hacía milagros. Cuando íbamos al convento, como mi mamá sufría de jaquecas, la madre Berenice le imponía las manos; se las dejaba apoyadas sobre la cabeza durante un rato y al mismo tiempo mi hermana y yo nos quedábamos mirando esa ceremonia, atónitos, desde un rincón de su despacho, con miedo de que saltaran chispas de sus dedos de un momento a otro”
Cuenta como la mamá fue llamada para dar el testimonia para que a la Hermana Berenice le dieran la santidad. También cuenta que después de la muerte de la hermana Berenice él y su hermana Sol y la ponían a cantar en la capilla.
Como a veces la mamá también lo llevaba a la oficina, el edificio quedaba y aun queda en el centro. La oficina de la mamá estaba metida en el cuarto de los útiles de aseo. “En un escritorio metálico, mi mamá se encargaba de hacer a mano las cuentas del edificio, con un lápiz amarillo bien afilado, sobre un inmenso libro de contabilidad de tapas duras y verdes. También tenía que hacer las actas de las reuniones de la Junta del edificio, en un estilo anticuado que le había enseñado tío Luís, el hermano del arzobispo, que había sido secretario de perpetuo de la Academia de la Historia”, nos cuenta como eran las actas que su madre realizaba.
Nos cuenta que era la Virgen de Fátima para los españoles y lo que había sucedido después de su aparición en Portugal, y cuales eran los supuestos secretos que había revelado.
“El propósito de la Gran Misión era extender el culto de la Virgen de Fátima por América Latina y recordar a las masas la bondad de la resignación cristiana, pues al fin y al cabo Dios premiaría a los bienaventurados pobres en el más allá, por lo que no era urgente perseguir el bienestar en el más acá. Al lado de la Virgen venía todo un plan vigoroso para defender las verdades eternas de la fe católica y revivir los valores morales de la única religión verdadera”
Don Héctor Abad siempre le leía a su hijo pedazo de la enciclopedia collares o trozos de los grandes autores necesarios para una “liberal educación”.
“Al atardecer, luego de esos interminables y aburridos días de colegio, con profesores mediocres (salvo un par de excepciones), yo volvía, después de un larguísimo recorrido en el bus, desde la Sabaneta hasta Laureles, en extremos opuestos del Valle de Aburrá, al universo femenino de mi casa llena de mujeres. Allí también el sexo estaba oculto o negado, y hasta tal punto que, cuando éramos más pequeños y nos bañaban a todos juntos, para ahorrar agua caliente, en la bañera que había en el cuarto del doctor Saunders, por idea de la hermana Josefa, a mis hermanas les permitían desnudarse y mostrar sus curiosa rajadura en forma de ranura de alcancía entre las piernas, pero a mí no se me permitía quitarme los calzoncillos, por esa rara trinidad, única en la familia, que me brotaba en la mitad del cuerpo”
Pero mi padre no solo me enseñaba a mi…… mi padre les explicaba con dibujos a mis hermanas la manera de cómo se hacían los hijos, y como gracias a esto por las noches se restablecía el equilibrio de la casa y sobre todo de él.
Héctor nos explica donde terminan estudiando sus hermanas y como el termino los primeros cursos de primaria en la escuela del barrio.
“Una tarde, después de pedir cita con el rector, fuimos juntos allá para solicitar un cupo. Recuerdo que el rector, el padre Jorge Hoyos, después de obligarnos a una antesala mucho más larga de lo necesario '' pues era evidente que estaba solo-, como acostumbran a hacer los gerentes de todas las compañías, nos acogió con una frialdad y una distancia que imponía un respeto reverencial. Nos recibió ya de pie (como aquel personaje del Gatopardo) y sin ningún preámbulo, tratándola de usted, empezó a interrogarla, sin contestar siquiera el saludo”
su madre estaba tan segura de que su hijo iba atener un cupo en ese colegio, por el simple hecho de conocía al rector, y como después termino por irse gracias al trato que le dio y a las insinuaciones que hizo.
Héctor nos cuenta:
“Así fue como terminé estudiando en el Gimnasio los Alcázares, “establecimiento asesorado espiritualmente por el Opus Dei”, así decían, donde me recibieron de inmediato gracias a la influencia de mi tío Javier, cura de la obra, y pasando por alto esta vez, “la ideología perniciosa” de mi papá. Para mí ese colegio tenía una ventaja adicional, y era que dos primos míos estudiaban allá, Jaime Andrés y Bernardo, ambos de mí misma edad, y eso me hacía confiar en que sería más fácil la experiencia de “nuevo”, que implicaba siempre un peaje de tormentos y burlas en cualquier colegio. Tal vez yo insistí en que me metieran ahí, y a lo mejor por eso mi papá no opuso resistencia”
para el se le hizo raro que su papá no pusiera resistencia, ya que en las reuniones familiares que se realizaban él y el tío Luís se la pasaban peleando por motivos religiosos.
Durante mi infancia y primera juventud, en los años sesenta y setenta, mi papa estuvo enfrentado muchas veces con las directivas de la Universidad por motivos ideológicos.
“Para esquivar el temporal, como los aviadores que rodean un cumulas nimbus en forma de yunque, y retornan un poco más adelante a la ruta establecida, rodeando la tormenta, mi papá (que en los primeros años de su experiencia como médico había trabajado en Washington, Lima, México como consultor de la Organización Mundial de la Salud), pudo conseguir algunas consultorías médicas internacionales, primero en Indonesia y Singapur, después en Malasia y Filipinas, y para hacerlas pidió varias licencias. Las directivas de la Universidad, felices de deshacerse, así fuera temporalmente, del dolor de cabeza personificado en ese médico revoltoso se las concedieron de inmediato”
“El problema era que cuando él se ausentaba durante meses, yo caía, indefenso, en el oscuro catolicismo de la familia de mi mamá. Me tocaba ir muchas tardes a la casa de la abuelita Victoria, que se llamaba así porque había venido al mundo después de una sarta de seis hermanos, en Bucaramanga, y cuando al final había nacido el séptimo y último hijo, una mujer, me bisabuelo, José Joaquín, profesor de castellano y autor de crónicas amenas había gritado: “¡Al fin, Victoria!”, y Victoria se quedó la niña”
Después de todo lo que había pasado se enteraron que la abuela por ser la séptima y única mujer de su casa, tenia por delante a todo un montón de hermanos devotos, hasta termino siendo la hermana del arzobispo Joaquín y la hermana del monseñor Luís García y así fue con todos.
“Recuerdo cuando mi papá volvía después de esos de lo que para mí eran viajes de años en Indonesia o Filipinas (después supe que en total habrían sido quince o veinte meses de orfandad, repartida en varias etapas), la honda sensación que tenía, en el aeropuerto, antes de volverlo a ver. Era una sensación de miedo mezclada con una euforia. Era como la agitación que se siente antes de ver el mar, cuando uno huele en el aire que esta cerca, y hasta oye los rugidos de las olas a lo lejos, pero no lo vislumbra todavía, sólo lo intuye, lo presiente y lo imagina. Me veo en el balcón del aeropuerto Olaya Herrera, una gran terraza con mirador sobre la pista, mis rodillas metidas entre los barrotes, mis brazos casi tocando las alas de los aviones, y el anuncio por los parlantes, “Avión HK-2142, proveniente de Panamá, próximo a aterrizar”, y el rugido lejano de los motores, la vista del aluminio iluminado que se acercaba entre destellos solares, denso, pesado, majestuoso, por un costado del cerro Nutibara, rozando la cima con una cercanía de tragedia y de vértigo”
Mi madre solo se preocupaba porque mi papá pudiera hacer su vida sin tener que preocuparse por las cosas de la casa.
“Para mi mamá no había más que un sitio para vivir, Colombia, y sólo un buen partero, el doctor Jorge Henao Posada, porque la única vez que la había atendido otro ginecólogo, en Washington, cuando nació mi hermana mayor, la había dado fiebre puerperal y casi se muere. El doctor Henao Posada, mucho antes de las ecografías, tenía el poder mágico de adivinar el sexo de los hijos antes del nacimiento, y cuando aplicaba la trompeta a la barriga de las embarazadas, les decía, muy serio “va ser niño” o lo contrario “va a ser niña”
.
Cuando Don Héctor llegaba a la acaso, podía llegar de buen genio o de mal genio, pero él era una persona que casi siempre estaba feliz, y cuando llegaba de mal genio lo que hacia era encerarse en la biblioteca hasta que se calmara para así evitar gritarnos.
“Sin decirme una sola palabra, sin obligarme a leer y sin echarme el sermón de lo sana para el espíritu que podía ser la música clásica, yo entendí, sólo mirándolo, viendo el él los efectos benéficos de la música y de la lectura, que en la vida todos podíamos recibir un gran regalo, no muy caro y más o menos al alcance de la mano: los libros y los discos. Ese señor oscuro y malhumorado que había llegado de la calle con la cabeza cargada de las malas influencias y las tragedias y las injusticias de la realidad, había recuperado su mejor semblante, y la alegría, de la manos de los buenos poetas, de los grandes pensadores y de los grandes músicos”
DESPUÉS: No hay
“Para no caer en la nostalgia dulzona ni en el resentimiento que todo lo tiñe de desolación, basta decir que en Cartagena pasábamos un mes entero de felicidad, y yo a veces hasta mese y medio, o más, haciendo paseos en la lancha del tío Rafa, que se llamaba la Fiorella, en la cual nos llevaban hasta Bocachica a recoger conchitas y a comer pesado frito con patacón y yuca, y a las islas del Rosario, donde probé la langosta, o a la playa de Bocagrande y a la piscina del hotel Caribe, a pie, hasta quedar bronceados con un dulce dolor de leve quemadura que al cabo de unos días se descascaraban y se volvían pecosos para siempre, o a jugar fútbol con mis primos, en el parquecito que había frente a la iglesia de Bocagrande, o tenis en el Club Cartagena o ping- pong en la casa de ellos, o haciendo carreras de bicicleta, o duchándonos en los aguaceros sin nombre de la Costa, o aprovechando la lluvia y el sopor de la siesta para leer la obra completa de Agatha Christie o los novelones fascinantes de Ayn Rand (recuerdo que para mí las hazañas del arquitecto protagonista de El Manantial se confundía con las de mi tío, Rafael Cepeda), o las sagas interminables de Peral S. Back en una de las hamacas frescas que se ponían a la sombra en la terraza de la casa, con vista al mar, bebiendo Kola Román, comiendo empanadas chinas los domingos, arroz con coco y pargo rojo los lunes, quienes sirio- libaneses los miércoles, punta de anca los viernes y, lo mejor, arepa de huevo los sábados por la mañana, recién traídas y humeantes de un pueblo cercano, Turbaco, donde tenían la mejor receta”
Después de un episodio de Cartagena el papá decide que lo va a llevar a conocer la morgue, pues lo habían llamado para pedirle que por favor fuera a la morgue para reconocer el cadáver de John Gómez.
“Yo me vestí muy feliz, como si fuera un programa alegre, pues desde hacia mucho le había pedido que me introdujera en ese mundo de lo que ya no existe. Nos fuimos solos y desde que entramos a la morgue de El Pedregal, al lado del Cementerio Universal, la cosa no me gusto. La sala estaba llena de cadáveres, pero yo no quise fijar la vista en ninguno de ellos, fuera de que la mayoría estaban cubiertos con sabanas. Olía a sangre, y a carnicería, y a formol, y ha podrido. Mi papá me llevo de la mano hasta donde el forense le indicaba que estaba el cuerpo del muchacho que podía ser John”
Héctor vio una segueta que le estaba serruchando el cráneo de John, ve lo que le sacaron a John en la autopsia, y como después de este episodio el sueña durante varia noches con huesos rotos y demás cosas que vio allá.
“Cuando más tarde llegamos a la casa, nos fuimos los tres a la biblioteca, y mientras yo intentaba entender las reglas del fútbol americano, que ni esa vez ni nunca pude comprender, mi papá empezó a leer en voz alta a mi hermana el primer cuento de Oscar Wilde que venia en el libro, precisamente “el ruiseñor y la rosa”. Llevarían una pagina en la lectura cuando yo ya estaba completamente decepcionado de las incomprensibles reglas del fútbol americano, y oyendo con disimulo la maravillosa historia de Wilde, hasta que al final, cuando el pájaro muere traspasado por la espinal del rosal, yo mismo cerré mi libro y me acerqué a ellos, humilde y arrepentido”
Cuenta
como eran las misas con el arzobispo, pues éste poco fue perdiendo la memoria y
volvía y como algunos feligreses sufrían por él y como otros al contrario se
reían de él.
Cuando mi mamá oyó por radios el comunicado en “La Hora Católica”, empezó a temblar, con una mezcla de rabia y de temor. De inmediato cogió el teléfono para llamar a su tío para preguntarle por que había firmado ese ataque tan duro e injusto contra su marido. Tío Joaquín no tenía ni la más remota idea de lo que había firmado. Aunque nunca estaba de acuerdo con lo que mi papá decía o escribía, pues él era un obispo de los chapados a la antigua, y muy intransigente en todas las materias (prohibía películas porque se veía un tobillo, y vetaba, so pena de excomunión, la visita a la ciudad de actrices y cantantes), no iba a cometer la impertinencia de de amonestar en público a alguien que, bien mirado, era su yerno”
Como gracias a ese comunicado el arzobispo se sintió traicionado y presento su renuncia.
Cuando mi mamá oyó por radios el comunicado en “La Hora Católica”, empezó a temblar, con una mezcla de rabia y de temor. De inmediato cogió el teléfono para llamar a su tío para preguntarle por que había firmado ese ataque tan duro e injusto contra su marido. Tío Joaquín no tenía ni la más remota idea de lo que había firmado. Aunque nunca estaba de acuerdo con lo que mi papá decía o escribía, pues él era un obispo de los chapados a la antigua, y muy intransigente en todas las materias (prohibía películas porque se veía un tobillo, y vetaba, so pena de excomunión, la visita a la ciudad de actrices y cantantes), no iba a cometer la impertinencia de de amonestar en público a alguien que, bien mirado, era su yerno”
Como gracias a ese comunicado el arzobispo se sintió traicionado y presento su renuncia.
Héctor habla de él porque ellos tenían el privilegio que solo los ricos tenían en esa época, que era el de tener a una monja en la casa para que ayudara con los niños.
“Mi mamá y la madre Berenice eran buenas amigas. Se decía que la madre hacía milagros. Cuando íbamos al convento, como mi mamá sufría de jaquecas, la madre Berenice le imponía las manos; se las dejaba apoyadas sobre la cabeza durante un rato y al mismo tiempo mi hermana y yo nos quedábamos mirando esa ceremonia, atónitos, desde un rincón de su despacho, con miedo de que saltaran chispas de sus dedos de un momento a otro”
Cuenta como la mamá fue llamada para dar el testimonia para que a la Hermana Berenice le dieran la santidad. También cuenta que después de la muerte de la hermana Berenice él y su hermana Sol y la ponían a cantar en la capilla.
Como a veces la mamá también lo llevaba a la oficina, el edificio quedaba y aun queda en el centro. La oficina de la mamá estaba metida en el cuarto de los útiles de aseo. “En un escritorio metálico, mi mamá se encargaba de hacer a mano las cuentas del edificio, con un lápiz amarillo bien afilado, sobre un inmenso libro de contabilidad de tapas duras y verdes. También tenía que hacer las actas de las reuniones de la Junta del edificio, en un estilo anticuado que le había enseñado tío Luís, el hermano del arzobispo, que había sido secretario de perpetuo de la Academia de la Historia”, nos cuenta como eran las actas que su madre realizaba.
Nos cuenta que era la Virgen de Fátima para los españoles y lo que había sucedido después de su aparición en Portugal, y cuales eran los supuestos secretos que había revelado.
“El propósito de la Gran Misión era extender el culto de la Virgen de Fátima por América Latina y recordar a las masas la bondad de la resignación cristiana, pues al fin y al cabo Dios premiaría a los bienaventurados pobres en el más allá, por lo que no era urgente perseguir el bienestar en el más acá. Al lado de la Virgen venía todo un plan vigoroso para defender las verdades eternas de la fe católica y revivir los valores morales de la única religión verdadera”
Como esto era también un acto para reconquistar
la fe y como era que eso lo intentaban conseguir.
Héctor cuenta como el papá al regresar comienza a trabajar en el ministerio de salud, y como tuvo la idea de poner a todos los recién graduados a ir a un sitio rural para que ayudaran
Héctor cuenta como el papá al regresar comienza a trabajar en el ministerio de salud, y como tuvo la idea de poner a todos los recién graduados a ir a un sitio rural para que ayudaran
“A raíz de estas muertes, pero sobre todo
después del crimen de uno de sus cuñados, el esposo de la tía Inés, Olmedo
Mora, que se mató mientras huía de los pájaros del partido conservador. Mi papá
y el abuelo resolvieron que había que abandonar Sevilla y refugiarse en
Medellín, donde la ola de violencia era menos aguda. Don Antonio tuvo que
malvender lo que había amasado en
más de veinte años de trabajo y volver a Antioquia a empezar de nuevo con mas
de 50 años de edad”
Después nos cuenta Como el papá
por todas las matanzas del partido conservador, decide renunciar pues ya que él
no quería de ser cómplice de todo eso.
Don Héctor Abad siempre le leía a su hijo pedazo de la enciclopedia collares o trozos de los grandes autores necesarios para una “liberal educación”.
“Al atardecer, luego de esos interminables y aburridos días de colegio, con profesores mediocres (salvo un par de excepciones), yo volvía, después de un larguísimo recorrido en el bus, desde la Sabaneta hasta Laureles, en extremos opuestos del Valle de Aburrá, al universo femenino de mi casa llena de mujeres. Allí también el sexo estaba oculto o negado, y hasta tal punto que, cuando éramos más pequeños y nos bañaban a todos juntos, para ahorrar agua caliente, en la bañera que había en el cuarto del doctor Saunders, por idea de la hermana Josefa, a mis hermanas les permitían desnudarse y mostrar sus curiosa rajadura en forma de ranura de alcancía entre las piernas, pero a mí no se me permitía quitarme los calzoncillos, por esa rara trinidad, única en la familia, que me brotaba en la mitad del cuerpo”
Pero mi padre no solo me enseñaba a mi…… mi padre les explicaba con dibujos a mis hermanas la manera de cómo se hacían los hijos, y como gracias a esto por las noches se restablecía el equilibrio de la casa y sobre todo de él.
Héctor nos explica donde terminan estudiando sus hermanas y como el termino los primeros cursos de primaria en la escuela del barrio.
“Una tarde, después de pedir cita con el rector, fuimos juntos allá para solicitar un cupo. Recuerdo que el rector, el padre Jorge Hoyos, después de obligarnos a una antesala mucho más larga de lo necesario '' pues era evidente que estaba solo-, como acostumbran a hacer los gerentes de todas las compañías, nos acogió con una frialdad y una distancia que imponía un respeto reverencial. Nos recibió ya de pie (como aquel personaje del Gatopardo) y sin ningún preámbulo, tratándola de usted, empezó a interrogarla, sin contestar siquiera el saludo”
su madre estaba tan segura de que su hijo iba atener un cupo en ese colegio, por el simple hecho de conocía al rector, y como después termino por irse gracias al trato que le dio y a las insinuaciones que hizo.
Héctor nos cuenta:
“Así fue como terminé estudiando en el Gimnasio los Alcázares, “establecimiento asesorado espiritualmente por el Opus Dei”, así decían, donde me recibieron de inmediato gracias a la influencia de mi tío Javier, cura de la obra, y pasando por alto esta vez, “la ideología perniciosa” de mi papá. Para mí ese colegio tenía una ventaja adicional, y era que dos primos míos estudiaban allá, Jaime Andrés y Bernardo, ambos de mí misma edad, y eso me hacía confiar en que sería más fácil la experiencia de “nuevo”, que implicaba siempre un peaje de tormentos y burlas en cualquier colegio. Tal vez yo insistí en que me metieran ahí, y a lo mejor por eso mi papá no opuso resistencia”
para el se le hizo raro que su papá no pusiera resistencia, ya que en las reuniones familiares que se realizaban él y el tío Luís se la pasaban peleando por motivos religiosos.
Durante mi infancia y primera juventud, en los años sesenta y setenta, mi papa estuvo enfrentado muchas veces con las directivas de la Universidad por motivos ideológicos.
“Para esquivar el temporal, como los aviadores que rodean un cumulas nimbus en forma de yunque, y retornan un poco más adelante a la ruta establecida, rodeando la tormenta, mi papá (que en los primeros años de su experiencia como médico había trabajado en Washington, Lima, México como consultor de la Organización Mundial de la Salud), pudo conseguir algunas consultorías médicas internacionales, primero en Indonesia y Singapur, después en Malasia y Filipinas, y para hacerlas pidió varias licencias. Las directivas de la Universidad, felices de deshacerse, así fuera temporalmente, del dolor de cabeza personificado en ese médico revoltoso se las concedieron de inmediato”
“El problema era que cuando él se ausentaba durante meses, yo caía, indefenso, en el oscuro catolicismo de la familia de mi mamá. Me tocaba ir muchas tardes a la casa de la abuelita Victoria, que se llamaba así porque había venido al mundo después de una sarta de seis hermanos, en Bucaramanga, y cuando al final había nacido el séptimo y último hijo, una mujer, me bisabuelo, José Joaquín, profesor de castellano y autor de crónicas amenas había gritado: “¡Al fin, Victoria!”, y Victoria se quedó la niña”
Después de todo lo que había pasado se enteraron que la abuela por ser la séptima y única mujer de su casa, tenia por delante a todo un montón de hermanos devotos, hasta termino siendo la hermana del arzobispo Joaquín y la hermana del monseñor Luís García y así fue con todos.
“Recuerdo cuando mi papá volvía después de esos de lo que para mí eran viajes de años en Indonesia o Filipinas (después supe que en total habrían sido quince o veinte meses de orfandad, repartida en varias etapas), la honda sensación que tenía, en el aeropuerto, antes de volverlo a ver. Era una sensación de miedo mezclada con una euforia. Era como la agitación que se siente antes de ver el mar, cuando uno huele en el aire que esta cerca, y hasta oye los rugidos de las olas a lo lejos, pero no lo vislumbra todavía, sólo lo intuye, lo presiente y lo imagina. Me veo en el balcón del aeropuerto Olaya Herrera, una gran terraza con mirador sobre la pista, mis rodillas metidas entre los barrotes, mis brazos casi tocando las alas de los aviones, y el anuncio por los parlantes, “Avión HK-2142, proveniente de Panamá, próximo a aterrizar”, y el rugido lejano de los motores, la vista del aluminio iluminado que se acercaba entre destellos solares, denso, pesado, majestuoso, por un costado del cerro Nutibara, rozando la cima con una cercanía de tragedia y de vértigo”
Finalmente Héctor veía que el avión frenaba, apagaba sus 4
motores de hélice, como lentamente giraba y después de más cosas por fin
aparecía su papá.
Mi madre solo se preocupaba porque mi papá pudiera hacer su vida sin tener que preocuparse por las cosas de la casa.
“Para mi mamá no había más que un sitio para vivir, Colombia, y sólo un buen partero, el doctor Jorge Henao Posada, porque la única vez que la había atendido otro ginecólogo, en Washington, cuando nació mi hermana mayor, la había dado fiebre puerperal y casi se muere. El doctor Henao Posada, mucho antes de las ecografías, tenía el poder mágico de adivinar el sexo de los hijos antes del nacimiento, y cuando aplicaba la trompeta a la barriga de las embarazadas, les decía, muy serio “va ser niño” o lo contrario “va a ser niña”
.
Cuando Don Héctor llegaba a la acaso, podía llegar de buen genio o de mal genio, pero él era una persona que casi siempre estaba feliz, y cuando llegaba de mal genio lo que hacia era encerarse en la biblioteca hasta que se calmara para así evitar gritarnos.
“Sin decirme una sola palabra, sin obligarme a leer y sin echarme el sermón de lo sana para el espíritu que podía ser la música clásica, yo entendí, sólo mirándolo, viendo el él los efectos benéficos de la música y de la lectura, que en la vida todos podíamos recibir un gran regalo, no muy caro y más o menos al alcance de la mano: los libros y los discos. Ese señor oscuro y malhumorado que había llegado de la calle con la cabeza cargada de las malas influencias y las tragedias y las injusticias de la realidad, había recuperado su mejor semblante, y la alegría, de la manos de los buenos poetas, de los grandes pensadores y de los grandes músicos”
DESPUÉS: No hay
“Para no caer en la nostalgia dulzona ni en el resentimiento que todo lo tiñe de desolación, basta decir que en Cartagena pasábamos un mes entero de felicidad, y yo a veces hasta mese y medio, o más, haciendo paseos en la lancha del tío Rafa, que se llamaba la Fiorella, en la cual nos llevaban hasta Bocachica a recoger conchitas y a comer pesado frito con patacón y yuca, y a las islas del Rosario, donde probé la langosta, o a la playa de Bocagrande y a la piscina del hotel Caribe, a pie, hasta quedar bronceados con un dulce dolor de leve quemadura que al cabo de unos días se descascaraban y se volvían pecosos para siempre, o a jugar fútbol con mis primos, en el parquecito que había frente a la iglesia de Bocagrande, o tenis en el Club Cartagena o ping- pong en la casa de ellos, o haciendo carreras de bicicleta, o duchándonos en los aguaceros sin nombre de la Costa, o aprovechando la lluvia y el sopor de la siesta para leer la obra completa de Agatha Christie o los novelones fascinantes de Ayn Rand (recuerdo que para mí las hazañas del arquitecto protagonista de El Manantial se confundía con las de mi tío, Rafael Cepeda), o las sagas interminables de Peral S. Back en una de las hamacas frescas que se ponían a la sombra en la terraza de la casa, con vista al mar, bebiendo Kola Román, comiendo empanadas chinas los domingos, arroz con coco y pargo rojo los lunes, quienes sirio- libaneses los miércoles, punta de anca los viernes y, lo mejor, arepa de huevo los sábados por la mañana, recién traídas y humeantes de un pueblo cercano, Turbaco, donde tenían la mejor receta”
Después de un episodio de Cartagena el papá decide que lo va a llevar a conocer la morgue, pues lo habían llamado para pedirle que por favor fuera a la morgue para reconocer el cadáver de John Gómez.
“Yo me vestí muy feliz, como si fuera un programa alegre, pues desde hacia mucho le había pedido que me introdujera en ese mundo de lo que ya no existe. Nos fuimos solos y desde que entramos a la morgue de El Pedregal, al lado del Cementerio Universal, la cosa no me gusto. La sala estaba llena de cadáveres, pero yo no quise fijar la vista en ninguno de ellos, fuera de que la mayoría estaban cubiertos con sabanas. Olía a sangre, y a carnicería, y a formol, y ha podrido. Mi papá me llevo de la mano hasta donde el forense le indicaba que estaba el cuerpo del muchacho que podía ser John”
Héctor vio una segueta que le estaba serruchando el cráneo de John, ve lo que le sacaron a John en la autopsia, y como después de este episodio el sueña durante varia noches con huesos rotos y demás cosas que vio allá.
“Cuando más tarde llegamos a la casa, nos fuimos los tres a la biblioteca, y mientras yo intentaba entender las reglas del fútbol americano, que ni esa vez ni nunca pude comprender, mi papá empezó a leer en voz alta a mi hermana el primer cuento de Oscar Wilde que venia en el libro, precisamente “el ruiseñor y la rosa”. Llevarían una pagina en la lectura cuando yo ya estaba completamente decepcionado de las incomprensibles reglas del fútbol americano, y oyendo con disimulo la maravillosa historia de Wilde, hasta que al final, cuando el pájaro muere traspasado por la espinal del rosal, yo mismo cerré mi libro y me acerqué a ellos, humilde y arrepentido”
Trabajos citados
Abad Faciolince , H. (2006). El olvido que seremos .
Medellin: Autores Españoles e Iberoamericanos.
Faciolince, C., &
Abad Gomez, H. (2006). El olvido que seremos. Medellin: Autores
españoles e iberamericano.
SEBASTIAN OSORIO ESTRADA
ANA MARIA VALDES HIGUITA
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